Paseaba por el parque y me entraron unas irremediables ganas de arrebatarme la vida (de a poco) así que llevándome un cigarro a la boca, me acerqué a un hombre que jugaba con su mechero.
> ¿Me da fuego, por favor?
El hombre, sin inmutarse, continuó haciendo desaparecer la mecha bajo su pulgar. Por aquel entonces mi necesidad suicida a plazos había crecido tanto que, casi sin darme cuenta, me encontré implorando:
> ¿Me vende una llamita?
El hombre se detuvo y me observó.
> A ver, ¿usted que quiere?
Y es que antes del fuego, está claro, se inventó el comercio.
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